miércoles, 26 de agosto de 2009

Los policias de Macri-Palacios y Chamorro







Delitos
Mauricio y su nueva banda de los comisarios

12-07-09 / Qué hay detrás de la designación del polémico Fino Palacios. El lado más oscuro de su existencia por rICARDO RAGENDORFERrragendorfer@miradasalsur.com
Durante la mañana del 23 de noviembre de 1991, Mauricio Macri fue llevado a una casa ubicada sobre la avenida Garay al 2800, de Parque Patricios, para reconocer el sitio en el que dos meses antes había transcurrido su secuestro. Y al llegar a un oscuro sótano, rompió en llanto. Su sollozo entrecortado y agudo era casi infantil. En ese instante, un oficial lo estrechó entre sus brazos con una fingida ternura. Se trataba de un tipo alto, con bigote tupido y mirada fría. La cuestión es que su gesto bastó para que el joven heredero recobrara la compostura.Es posible que entonces el uniformado no haya llegado a imaginar hasta qué punto aquellas palmaditas incidirían con el tiempo en su propio destino. Lo cierto es que, 18 años después, ya ungido como jefe del gobierno porteño, Macri le concedería al ex comisario retirado Jorge Alberto Palacios, alias El Fino, el honor de conducir su criatura más preciada: la Policía Metropolitana.Es posible que entonces el mandatario no haya llegado a imaginar hasta qué punto ese nombramiento incidiría en el equilibrio político de su gestión. Prueba de ello fue la afiebrada visita del ministro Guillermo Montenegro a la Comisión de Seguridad de la Legislatura. Allí, entre titubeos, enojos y actos fallidos, trabó una esgrima verbal con organismos de derechos humanos y familiares de víctimas de la Amia, además de todo el arco opositor, sin excepción alguna (ver aparte). A lo largo de casi cuatro horas, sus interlocutores le enrostraron el dudoso papel del comisario en la investigación por la voladura de la mutual judía, su rol en la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, además de la ya famosa escucha telefónica en la que Palacios le manifestó a un traficante de autos robados su interés en adquirir una camioneta para una excursión de pesca. Eran, desde luego, los costados flacos del jefe policial que ya son de dominio público. Lo significativo fue que, con el propósito de atenuar la gravedad de semejantes cuestionamientos, el ministro –tal vez de modo inadvertido– aportó otros elementos para suponer que El Fino es un tipo de sumo cuidado. Por caso, para refutar su presunto apego a la represión ilegal durante la última dictadura –que Palacios desliza con singular elocuencia en su libro Terrorismo en la Aldea Global (ver recuadro)–, Montenegro, luego de admitir no haber leído esa obra, sostuvo: “He mantenido conversaciones ideológicas con Palacios, y él está de acuerdo con defender la Constitución. Eso no significa que Palacios y yo tengamos coincidencias con cuestiones de terrorismo de Estado”. Esa línea argumental generó el estupor de los presentes; fue como si alguien insistiera en poner al padre Julio Grassi al frente de la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia, pero dejando debidamente asentada su discrepancia sobre la sexualidad del cura. Más desafortunada fue la aclaración del ministro sobre el ya célebre diálogo de Palacios con el reducidor vehicular Jorge Sagorsky; su argumento consistió en reconocer la relación del policía con el ex subcomisario Carlos Gallone –quien ofició de nexo en esa llamada–, tal vez olvidando que éste es un represor de fuste, condenado en julio de 2008 a prisión perpetua por su participación en la llamada masacre de Fátima, ocurrida el 20 de agosto de 1976. Ese día, 20 hombres y nueve mujeres murieron bajo la metralla policial, antes de que sus cuerpos fueran dinamitados, en represalia a la bomba puesta por Montoneros en el comedor de Coordinación Federal.Durante su declaración en el juicio, el Duque –ése era el apodo de Gallone en las catacumbas de la dictadura– trató de impresionar a los integrantes del tribunal enumerando su selecto círculo de amigos. Entre ellos figuraba nada menos que Palacios. “Él era mi subordinado”, precisó Gallone en esa ocasión. En esas cuatro palabras anida la etapa más oculta del flamante jefe de la Metropolitana.
El pasado nunca muere. La prehistoria policial de Palacios arrancó en la Escuela Ramón L. Falcón, de la que egresaría a los 20 años con grado de oficial ayudante. Corría 1969, y por un tiempo se fogueó en algunas comisarías. Pero el joven Palacios daba para más. Tanto es así que no demoró en arribar al edificio de la calle Moreno 1417, un destino codiciado por los efectivos policiales puesto que allí prestaba servicios nada menos que la elite de la fuerza. En aquellos tiempos, esa dependencia tenía el críptico nombre de Coordinación Federal, casi un eufemismo para nombrar el brazo represivo de la principal agencia policial del país. Dicen que Palacios desarrolló allí sus aptitudes investigativas durante buena parte de los ’70; es decir, los años de plomo.Es de suponer que, por entonces, aquel entusiasta oficial haya conocido los rincones más recónditos de su lugar de trabajo. El edificio de la calle Moreno tenía nueve plantas. Y desde octubre de 1975, el tercero y cuarto pisos fueron utilizados como sede del temible GT 2. (Grupo de Tareas 2), que operaba bajo la órbita del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. En consecuencia, uno de sus jerarcas, el teniente coronel Alejandro Arias Duval –actualmente preso por delitos de lesa humanidad–, solía trajinar los mismos pasillos que Palacios. A los pocos meses, entre el quinto y el séptimo pisos se habilitó un centro clandestino de detención por el cual pasarían unas 800 víctimas del régimen. En aquella tenebrosa edificación, no había efectivo o empleado civil que ignorara las actividades que se realizaban en dichos sectores. Máxime cuando el acceso de vehículos que transportaban a ciudadanos secuestrados se hacía a través de un patio descubierto con entrada por la calle Moreno. Desde allí, atravesando oficinas y guardias se llegaba a la zona de detención. En esa época, el hombre fuerte del lugar era el comisario Juan Carlos Lapouyole, alias El Francés (también condenado a perpetua por la masacre de Fátima). Este sujeto alto y con aspecto intimidante estaba al frente de la Dirección General de Inteligencia, de la que dependían los jefes de las brigadas operativas. Gallone era uno de ellos.No se sabe con exactitud cuándo el Duque tuvo como subordinado al oficial Palacios, a quien apenas le lleva cinco años. Pero, por cierto, no fue a comienzos de los ’80, cuando el represor ya prestaba servicios en la comisaría 4ª, su único destino fuera de Coordinación, y en el que el Fino no pasó. Se presume, en consecuencia, que la relación policial entre ellos se haya desarrollado en el edificio de la calle Moreno, así como también el vínculo amistoso que se prolongaría hasta el presente.En resumidas cuentas, se ignora en qué sitio prestó servicios el Fino durante su permanencia en el edificio de la calle Moreno ni cuáles fueron sus tareas específicas. Hay que reconocer que sobre él no hay denuncias penales por crímenes cometidos en la dictadura ni testimonios de sobrevivientes que lo incriminen. Sin embargo, por alguna razón, los detalles de ese segmento de su carrera parecen guardados bajo siete llaves.No sucede lo mismo con otros policías de su misma camada que también pasaron por la Superintendencia de Seguridad Federal, tal como sería rebautizada Coordinación unos años después. Tal es el caso de Norberto Ramis, quien durante los ’70 fue oficial de Inteligencia en la Dirección de Delegaciones, cuya especialidad era el análisis y la elaboración de informes sobre militantes políticos y gremiales. Otro camarada de promoción fue el oficial Miguel Mazzeo, quien bajo el nombre de cobertura de Macciopinto, se desempeñó como personal operativo del Departamento de Asuntos Políticos de la SSF. Su cuñado, Gustavo Morón –un agente civil de Inteligencia al servicio de la Federal– también estuvo en ese mismo ámbito, al igual que el oficial Carlos Mizurelli. A ellos se les suman los oficiales Eduardo Orueta, quien durante la dictadura hizo carrera en la nada amigable Guardia de Infantería, y Osvaldo Chamorro, quien a partir de 1977 comenzó a trabajar en la Dirección de Planificación del SSF. Ellos, al igual que Palacios, se reciclaron con éxito durante la democracia, alcanzando grados que van desde comisario mayor a comisario general. Pero, en tren de coincidencias, el ocaso de sus carreras en la Federal también los encontró unidos. Casi todos pasaron a retiro en marzo de 2004, cuando la escucha telefónica del Fino con Sagorsky precipitó su renuncia, con el consiguiente efecto dominó. Pero, en la era Macri, la ciudad de Buenos Aires parece ser –al menos, en el aspecto policial– la tierra de la segunda oportunidad. Ramis fue designado titular del Instituto Policial de la Metropolitana. Chamorro dirigirá la Dirección Administrativa. Orueta, la de Seguridad. Mazzeo fue puesto al frente de Asuntos Internos. Mizurelli, a cargo de Asuntos Externos. Y Morón conducirá la Unidad de Auditoría.Cabe destacar que esta última dependencia, así como también Asuntos Internos y Externos, son en realidad nombres de fantasía, ya que su veradadero objetivo estará cifrado en efectuar tareas de inteligencia sobre los ciudadanos y también sobre su propia tropa. Ello estará centralizado por el experimentado Morón, mientras que su cuñado reunirá información sobre diversos objetivos públicos y privados de la vida civil, en tanto que Mazzeo se dedicará al escarpado arte de la contrainteligencia. En pocas palabras, una policía a la medida de sus hacedores.
Mauricio ratifica. El inequívoco carácter de reality show que adquirió la obligada visita de Montenegro a la Comisión de Seguridad de la Legislatura fue seguramente el primer acto de una puja que, dada la naturaleza de algunos funcionarios porteños, tendrá seguramente visos de comedia. En este punto, resulta inexplicable la obstinación de Macri en mantener a Palacios en el candelero de su policía personal. Y que esté dispuesto a pagar por ello el correspondiente costo político. Sin embargo, en esta trama subyace un interrogante: ¿en qué consiste el compromiso real que el jefe de Gobierno mantiene con el polémico comisario? Seguramente, la respuesta a dicha cuestión posea el rango de secreto de Estado. Por lo demás, el perfil de la Metropolitana ya no es un arcano. La entronización del abogado ultraderechista Daniel Pastor en la academia policial; la designación como coordinador de la fuerza del ex comisario Carlos Kervokian (vinculado al homicidio de un hincha de Defensores de Belgrano durante un operativo en la cancha de Huracán), junto con la convocatoria de militares, que según la Ley de Seguridad Interior tienen prohibidas las tareas policiales. Y el veto macrista de la comisión creada por la Legislatura para controlar a la flamante policía, no son sino la marca de un estilo. Un estilo que también se extiende a las palabras. El jueves pasado, tras una breve ceremonia en Plaza de Mayo por el Día de la Independencia, Macri impostó un gesto extrañamente adusto para decir: “Hay una clara intencionalidad política en los cuestionamientos a Palacios por parte de un pequeño grupo”. Y reiteró: “No vamos a ceder al propósito de algunos por generar un prejuicio sobre una persona que es reconocida por las propias autoridades de la Amia y de la Daia.”Inmune a las críticas de un vasto mosaico de personalidades y organizaciones, Mauricio concluyó con que “Palacios es el mejor jefe que la Ciudad puede tener”.Cualquier similitud con otras máximas del pasado es una simple coincidencia.
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