domingo, 28 de marzo de 2010

Necesitamos más obispos así


Hace unos años, no tantos, otra bala de estos milicos hijos de cien mil putas (que, para asco de Dios, se jactan usualmente de ser muy católicos) mató a Monseñor Romero, para tratar de seguir haciendo desaparecer, como siempre, lo mejor de cada sociedad. Pero como diría el compañero Che: podrán matar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.

Este es el relato de alguien que vió como un preferido de Jesús limpia su tumba.

"HAN PASADO LOS AÑOS. Alrededor de la tumba de Monseñor Romero, en las paredes, sobre la lápida,

se han ido amontonando día con día los agradecimientos. Tablitas de madera barnizada agradecen milagros en los ojos,

en las piernas varicosas o en el alma. Plaquitas de mármol cuadradas, rectangulares, a veces de plástico en forma de rombito o de corazón,

dan también las gracias al arzobispo por el hijo hallado o por la madre curada, piden la paz, piden la paz,

piden la paz y que acabe la guerra y recuerdan nombres. Hay también papelitos donde las "grasias"

son historias, novelas a medio contar, cartas y hasta poemas y cantos. Cartones también, pedacitos de tela,

bordados, en blanco, con hilos de colores...

Todo lo que dolió está allí, la felicidad recobrada también. No se pierde nada, todo vuelve al regazo de Monseñor.

Una mañana de invierno, el cielo cerrado en agua, un hombre harapiento, pelo encolochado por el polvo, camisa de hoyos,

limpia con esmero esa tumba, valiéndose de uno de sus harapos. Apenas amanece pero él ya está activo y despierto.

Y aunque el harapo está sucio de grasa y tiempo, va dejando brillante la lápida.

Al terminar, sonríe satisfecho. A aquella hora temprana no ha visto a nadie. Tampoco nadie lo ha visto. Yo sí lo vi.

Cuando sale a la calle, necesité hablar con él.

-Y usted, ¿por qué hace eso?

-¿El qué hago...?

-Eso, limpiar la tumba a Monseñor.

-Porque él era mi padre.

-¿Cómo así?

-Es que yo no soy más que un pobre, pues. A veces acarreo en el mercado con un carretón, otras veces pido limosna

y en veces me lo gasto todo en licor y paso la curda botado en la calle... Pero siempre me animo: ¡son babosadas, yo tuve un padre!

Me hizo sentir gente. Porque a los como yo él nos quería y no nos tenía asco. Nos hablaba, nos tocaba, nos preguntaba.

Nos confiaba. Se le echaba de ver el cariño que me tenía. Como quieren los padres. Por eso yo le limpio su tumba. Como hacen los hijos, pues.

(Regina Basagoitia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario