martes, 29 de septiembre de 2009

Que alguien se anime a defender a los milicos despues de leer esto

Relatos históricos de la batalla de Monte Chingolo, 23 de diciembre de 1975
Valentía

Entre los militares reinaba el pánico. La columna había sido detenida. Colautti (el teniente guerrillero) ordenó a sus dos compañeros que se retiraran y continuó, solo, hostigando a la columna militar. Los partes de la época curiosamente dicen que "los sediciosos se hicieron fuertes a dos kilómetros del puente, particularmente sobre el Puente La Noria y Camino Negro, lugares donde se combatió de 20.30 a 23.45, hora en que fue aniquilada una fracción importante del enemigo, en tanto el resto fugaba"
Ante la resistencia del ERP acudieron más fuerzas: una compañía de la Policía Militar 101, el Destacamento de Movilización Nº1 de Gendarmería Nacional y efectivos de las policías Federal y de Provincia. Solo contra todos ellos, Hugo Colautti mantuvo el combate durante dos horas.
Alrededor de las 23 finalmente cesó la resistencia. Hugo cayó al suelo herido en una pierna. Logró llegar a una casa humilde, a doscientos metros de la ruta. Una mujer le abrió la puerta y lo ayudo a entablillarse la pierna. Psó allí toda la noche. Al amanecer, unos vecinos del barrio se ofrecieron a ayudarlo. Desde otra vivienda, Hugo llamó a una compañera (Rita Silva), que fueron con el abogado Gustavo Maniloff en su busca. Como pasaba el tiempo y Hugo se desangraba, un vecino propuso llevarlo a un hospital en la única camioneta que había en el barrio. El dueño de la pickup al enterarse que su pasajero era un civil herido, lo delató a la policía. La casa fue rodeada por varios patrulleros. Uno de los efectivos apuntó al herido con una pistola ametralladora para fusilarlo delante de los vecinos. Muy exhausto, con sus últimas fuerzas, Hugo Colautti les gritó "¡Asesinos!, Mátenme, hijos de puta, el pueblo los condena!". El oficial al mando bajó el caño del arma de quien pretendía ejecutarlo y dio la orden de llevarselo. Hugo Colautti fue entregado al ejército. Se encuentra desaparecido hasta hoy.

Cobardía

Quienes cumplían el servicio militar en el Batallón afirman que "el ataque ya se sabía que iba a pasar". Incluso tres o cuatro días antes de la batalla de Monte Chingolo, algunos colimbas aprovecharon ese clima de alerta para hacerse una escapadita. Uno de ellos se alejó lo suficiente y efectuó un disparo al aire, mientras que otros gritaban "¡Empezó el ataque, empezó el ataque!" Los oficiales, aterrorizados, corrieron a encerrarse en su Casino, y los conscriptos, con todo el terreno libre, se fueron a tomar un vinito al bar.

(ya en el combate)...como el grupo guerrillero había sido dispersado, sufriendo por lo menos 3 bajas (2 muertos y un herido) sólo dos combatientes de la unidad de Aída consiguieron llegar a la rotonda de Pasco. Aída, que ignoraba lo ocurrido con los ausentes, les dijo a sus compañeros: "Ustedes vayan, yo voy a buscar a los que faltan"
La Flaca (Aída) regresó sola al lugar de contención, mientras los soldados removían el camión incendiado y los vehículos comenzaban a avanzar sobre el puente. "La zona estaba invadida por el enemigo, pero lo intenta, sabía que era prácticamente imposible salir de ahí, pero ella era resposable del grupo, responsable de sus vidas" relató un ex-militante.
Felipe "seguía tirado, medio muerto, medio escondido, debajo del puente. Ya no se escucha más nada de nosotros. Se ve que los compañeros o estaban muertos o... no sé, se habrían retirado. A Rosita II no la veía, así que me quedé ahí, al lado del arroyo, abajo del puente". Escuchaba a los militares que se gritaban entre ellos: "Ya está! Ya está liquidado!". Uno decía "Dale!", otro respondía "Nooo!" y un tercero:"Vamos, arrancá!". Según Felipe "tenían mucho cagazo los tipos uno o dos les bajamos. Preguntaban '¿Y el teniente fulano, dónde está?' 'no sé, loco, no sé', respondían asustados. Después gritaban 'Vamos, vamos', ¡pero no arrancaban!"

El conscripto Torregino afirma que "los oficiales se quedaron atrincherados en el casino de oficiales, sabían del ataque y no se movieron de ahí. Atrincherados y escondidos, todos en el casino. Uno de los chicos (soldados) muertos (esto nunca lo hablé con nadie) esto es bastante distinto a lo que vas a leer en las versiones oficiales, estoy con el 99 por ciento de seguridad que lo mataron los oficiales, porque el pibe estaba en el puesto que está atrás del casino de oficiales. Cuando empieza el tiroteo se repilega. Agarra el fusil y sale corriendo, y lo bajan en el camino.
En mi vida vi gente tan cagona como los milicos, preparados nada más que para castigar al pueblo, pero terriblemente cagones, basura total"

Apoyo del Pueblo

Otro de los guerrilleros sobrevivientes del flanco izquierdo aprovechó la noche para romper la ligustrina y pasar el alambrado. "Me dirigí hacia la villa. Los helicópteros la sobrevolaban disparando indiscriminadamente donde iluminaban". Un vecino, que lo vio caminando por una calle interna con la camisa rota y ensangrentada le dijo:
- Muchaco, ¿qué le pasa?
- Soy del ERP y vengo del copamiento del Batallón 601
- ¡Pero usted no puede seguir caminando así por la calle!
El hombre lo llevó a su casa, donde le dio ropa para cambiarse y le ofreció una cama para que descansara. Estando allí "de repente escuché unas ráfagas. Ahí pensé que estaban fusilando a los heridos o detenidos".
El combatiente permaneció durante el día siguienteen su refugio, protegido por el matrimonio que lo albergó y que, tomando mate en la puertade su casa, cuidaba que no hubiera ningún procedimiento en las cercanías. Al anochecer "me dijeron que podía salir y que si prefería me acompañaban hasta la ruta. Pero les agradecí y preferí salir solo para cuidarlos".

Cuidar a la gente

El grupo de Aída ya tenía bloqueado el Camino General Belgrano. A las 18.30 habían interceptado un camión con acoplado y obligaron a su conductor a cruzarlo sobre la ruta y abandonar la zona. Después, los guerrilleros incendiaron el camión. "Como había que taponar eso, empezamos a parar a todo lo que venía por el Camino General Belgrano- Recuerda Felipe- y a algunos los prendíamos fuego".
Felipe detuvo un colectivo de la línea 278 que iba a Quilmes repleto de personas que volvían de hacer las compras navideñas. Hizo bajar a los pasajeros gritándoles: -"¡Váyanse! ¡Sálgan de acá que va a venir el Ejército y los van a matar a todos! ¡Rajen de acá!". Mientras la gente huía despavorida, el chofer seguía sentado.
- ¡Rajá, flaco, rajá, que sino te van a amasijar!- se desesperó Felipe. Carlos, el colectivero, en la actualidad sonríe cada vez que se encuentra con Felipe, y éste le recuerda: "Cuando te saqué de ahí te salvé la vida a vos, eh? Sino eras boleta"
Felipe recuerda que "ellos empezaron a tirar. Había llegado una tanqueta que se puso delante, y para tirar se tenían que poner de costado, en la banquina. Tiraban con la tanqueta y los milicos de infantería también. Por suerte, ya la gente se había ido, nosotros habíamos rajado a toda la gente. Éramos los milicos y nosotros, y ahí nos empezamos a dar"

Asesinatos civiles

Los ametrallamientos desde los helicópteros (buscando "subversivos" que escapaban) provocaron la muerte de Adelina Acevedo, que estaba embarazada y no menos de otras 7 personas, solo en el barrio IAPI, al este del cuartel. Dispararon sobre una canchita de futbol y en la Villa Santa María, al norte del cuartel, José Franco dice que "también hubo muchos muertos".
"Mire! ese terreno que está ahí, estaba lleno de casas, lo bombardearon desde el aire. Los aviones sobrevolaban y hacían picadas"le dijo un vecino del barrio IAPI a Laura Bonaparte.
Según una psicóloga del hospital de Lanús "una paciente a la que atendí vino para consultar si no estaba loca porque quería cambiarse de villa. Soñaba y se despertaba con la idea de los aviones y el terror de las bombas y estallidos, pensando en todos los vecinos que habían muerto durante los bombardeos"
El ex-conscripto Omar Torregino afirmó que "a las 5 de la mañana ya se hacía una seria Razzia, y venían levantando gente y la tiraban al pasto...había una sesión de tortura dentro de mi cuadra. Esta gente que estaba tirada eran obreros, chicos, mujeres. Todo el que estaba en las paradas de colectivo, todo sospechoso, iba para adentro y ahí los tenían tirados en el pasto, apuntándoles. Y ahí empezó parte de mi dolor. tipos con bolsitos, pibes, una mujer embarazada, ¡era atroz!" los militares les pisaban la cabeza y les decían que los iban a matar.
"A medida que las unidades militares que acudieron en apoyo del batallon regresaban a sus bases, fueron reemplazadaspor una agrupación de la Gendarmería Nacional. Los Gendarmes son los peores, la fuerza más represora que hubo en esa época fue la Gendarmería. Eran tipos grandotes, tipo ropero. Yo seguí haciendo guardia en el puesto de Verificación y ellos venían a la noche a ver si pasaba algo, y se ponían a contar anécdotas. Las anécdotas que contaban eran, por ejemplo: Frente al batallón hay una villa. No es villa villa, pero es un barrio muy humilde (el barrio IAPI). Nosotros estábamos muy encariñados porque era nuestro nexo con el mundo. Yo hablaba con los tipos de enfrente, me compraban cosas, le comprábamos a ellos... Los gendarmes contaban que parte de la "joda" era culearse a las minas delante del marido. Decían: 'lo pusimos al negro contra la pared y le cogimos la mina'. O por ejemplo, otro 'chiste' era pasarle con la tanqueta por arriba de las casas de chapa, hacerles mierda las casas. Y otra, era matar a cualquiera de la villa y tirarlo del alambrado para adentro, para sumar cadáveres 'subversivos'"

Cuidado de los colimbas

Los guerrilleros se acercaron hasta unos quince metros de la guardia. Alli estaba el soldado Horacio Botto. "Estando herido en el piso siento que me pegan una patada. Me doy vuelta y veo que era un guerrillero apuntándome en la frente con una escopeta. Y un compañero le decía 'Matalo, que está vivo'. Pero el muchacho que me apuntaba gritó '¡No!, que es un colimba'. Entonces me dejaron. Conmigo no se portaron mal, nos tiraban porque les tirábamos".

"'¡Hijos de puta!', les gritaba yo, y después escuchaba toda la sarta de insultos que me mandaban" recuerda uno de los soldados de la Guardia. "Se insulta tanto el que ataca como el que defiende, ¿no es cierto? El problema era con los oficiales y suboficiales. Los guerrilleros los puteaban en la cara. A nosotros nos decían 'No tiren! no es con ustedes la cosa"
En los cinco o seis puestos de guardia que estaban dispersos en el Batallon, estaban los pibes con su fusil en el piso, tomando mate. En la mayoría de los puestos, los guerrilleros te gritaban:'No, pibe, largá el fusil. ¡Rajá, largá el fusil y rajá!'. Ellos no querían matar a nadie de los colimbas".
Junto a 5 guerrilleros había quedado un conscripto herido. El soldado estaba tirado y lloraba. Julio lo tranquilizo y le dijo que se quedase boca abajo sin moverse, pues le dolía la herida. Estaba llorando a lo loco.
- Calmate, flaco, está todo bien, no te vamos a hacer nada- le decía "Panchulo"
- No me maten- rogaba el colimba
- No, quedate tranquilo, que no te vamos a matar- y le acariciaba la cabeza. Panchulo tenía 8 tiros metidos en el cuerpo.

Asesinato de prisioneros

A la mañana siguiente, en una de las calles internas de los galpones, un soldado vio a un combatiente del ERP herido en el estómago, sentado en el piso y con la espalda apoyada contra la pared. Alrededor de las 10 de la mañana llegó un jeep con varios militares que lo rodearon. El guerrillero no disparó. Sólo le pidió al que tenía más cerca "Dejame ir", los militares lo atraparon y golpearon violentamente. Después lo subieron al jeep y se lo llevaron para la Jefatura de la Unidad. Era Abel Santa Cruz Melgarejo, un salteño de 21 años que fue asesinado en forma brutal: su cuerpo fue abierto en canal (atravesando todo el torax) con una bayoneta.
Un ex-conscripto dijo que "a un tipo lo metieron en la sala de tortura (en la jefatura de la unidad) y el tipo gritaba: 'la convención de Ginebra! no me torturen!' Y al tipo lo mataron. Yo hablé con el torturador, y con cara de bueno me decía: 'viste? tener que sacarle cosas a este muchacho...' poniendo cara de bueno y era un hijo de puta". Los torturadores le habían quemado el rostro y el cuerpo con un soplete.
La noche anterior, los militares detectaron la presencia de oponentes en la caldera de la Compañía de Servicios. Con cuidado habían abierto las puertas del cuartito iluminado con sus linternas en su interior, descubriendo a los cuatro guerrilleros heridos que noa habían podido ser evacuados. Dos de ellos ya habían perdido el conocimiento, los 4 estaban acostados. Con las puertas del cuartito abiertas, el blindado M-113 se ubicó frente a la caldera y con su ametralladora antiaérea calibre 12,7mm, sin que mediara exigencia de rendición alguna, tiró contra todo lo que había en su interior. El lugar se transformó en un infierno. Los disparos se prolongaron, despedazando los cuerpos de los guerrilleros.
El combate había terminado, comenzaba la "fiesta" para los militares. "Sáquenles las orejas" decía uno luego de matar a los prisioneros. Nelly y Horacio fueron llevados a la Jefatura del batallón e interrogados en medio de feroces torturas. El torturador de Nelly, apodado el "Gitano", le hizo tres cortes en canal de 25 cm y le clavó dos veces la bayoneta en los glúteos. La causa de la muerta segun el forense fue "hemorragia interna y externa aguda por las groseras heridas de arma blanca descriptas". El informe forense dice de Horacio Stanley describe las fracturas en ambas piernas que sufrió cuando lo ataron a una tanqueta y con él embistieron una pared. Oscar Torregino recuerda que "no se a quién lo habían atado al carrier y lo iban a chocar para hacerlo mierda". Como Horacio sobrevivió al impacto, un militar lo remató disparándole en el cuerpo.

Falta de Honor

Los pobladores de las villas periféricas fueron al cementerio a reclamar por los cuerpos de los seres queridos. El 25 de diciembre, Navidad, los militares disolvieron a balazo limpio al grupo de familiares que pretendía ingresar a la necropolis.

El viernes 26 a la tarde, dos militantes del frente legal del ERP le dijeron al doctor Eloy Monzón que su hijo Ismael había muerto en el combate de Monte Chingolo.
Fue al Batallon pero le gritaron
- Retírese inmediatamente! Acá no tiene que venir más, vaya a la Unidad regional de Lanus.
De Lanus lo mandaron a la seccional 4º de avellaneda. "Alli no me trataron bien. Me provocaron, cuando dije a que iba. Cuando ya estaba oscureciendo, agarraron un farol tipo sol de noche y me subieron a una camioneta militar que estaba en la comisaría (porque el Ejercito estaba ahi tambien) y me llevaron al cementerio de Avellaneda. Era una camioneta descubierta de color verde oliva. En la cabina iba el chofer y un superior. Yo iba atrás con cinco o seis milicos, todos armados, que me custodiaban. Por ahi se escaparon varios tiros. Los milicos me decían: '¿A qué venís? ¿Qué vas a ver ahí? ¡Hay un olor a podrido bárbaro y gusanos! ¡No vas a reconocer nada!'. Yo no les contesté, los miraba nada más, hasta que llegamos al cementerio, que estaba tomado por los militares. Fuimos con la camioneta hasta el final del camino y me bajé allá. Cuando se bajan los milicos, un superior les manda poner rodilla en tierra y me apuntan a mí. Después vino otro con el sol de noche, un reflector grandísimo, porque ya estaba oscuro. La camioneta había quedado lejos. Mi mujer, que me acompañaba, se quedó adelante. Y ahí vi donde estaban todos los chicos tirados. Fui caminando con el tipo que llevaba el sol de noche. Él se puso algo en la nariz. Estuve muchísimo tiempo ahí. El tipo me gritaba: 'Apurate, hijo de puta, que no aguantamos más el olor a podrido!' Yo le dije: 'Si usted se quiere ir, váyase!, y déjeme el farol'. No me contestó.
La escena era macabra. Yo iba y venía, veía compañero por compañero, a ver si lo podía individualizar a Ismael. Estaban boca arriba, de cara al cielo, uno al lado del otro, un poquito distantes, como a medio metro uno de otro. Estaban en las inmediaciones de la morgue, tirados en un campito. No había tumbas. Vi que los chicos estaban todos en una misma posiciçon, con la cabeza para el mismo lugar, estaban en orden. Ya les habían cortado las manos para identificarlos. Estaban todos peladitos. Después me enteré que les habían quemado el pelo con un soplete, en el cuartel. La mayoría de los chicos estaban aplastados, los habían pisado con una tanqueta (después nos enteramos por algunos conscriptos que algunos los pisaron vivos durante el combate, estando heridos en el piso) A la derecha, aparte, había otra fila, la de las chicas. Algo las vi. No se para qué estaban desnudas (evitamos comentarios de un conscripto a este respecto por ser demasiado morbosos).
Algunos tenían la cara más o menos bien, otros no. El cuerpo de casi todos estaba reventado. Con mucha tristeza que no podía reconocer a mi hijo, era imposible, estaban destrozados. Y bueno, entonces me fui, me resigne a irme, no lo reconocí".
"Los tipos que me volvieron a llevar de vuelta me provocaron todo el viaje. ¡No viste que te habíamos dicho que a qué venías! ¡Lo único que hay ahí son gusanos! y meta a escaparse tiros a cada rato hasta que llegamos a la seccional. Estaban borrachos. Yo pensé que por ahi lo reconocía a Ismael y me lo entregaban, pero como no lo reconocí... asi que no pude rescatar a mi hijo.

El honor

Alrededor de las 23, los 15 guerrilleros ocultos en la caldera se prepararon para abandonar el cuartel.
Darío tuvo un último gesto de despedida. "Cuando nos vamos retirando busqué el cuerpo de teresa. Estaba muy oscuro pero igual lo pude encontrar, reconocí su rostro. Estaba cubierto de sangre seca, tenía varios tiros en el pecho y en un costado. Antes de dejarla, me agaché, la mire por última vez y le di un beso en la frente".
Los guerrilleros comenzaron la retirada arrastrándose en dirección al alambrado de tres metros de altura que rodeaba el perímetro del cuartel.
"Cuando empezamos a salir Horacio Stanley me dijo:
- Che, Cuky no salió
- Igual hay que seguir adelante- respondió el teniente guerrillero.
Y me pidió por favor permiso para regresar e ir a buscarla".
- Bueno, vas. Pero te vas hasta ahí y te la traés. Si no la encontrás, te venís pero ¡ya! rápido.
Carlos, arrastrándose, desapareció entre las sombras. "Ellos se conocían de antes, de Rosario. Él la estimaba bastante y eran buenos amigos. "los dos volvieron con los heridos.
"Sentí una mezcla de tristeza y bronca, al ver que teníamos que dejar 4 compañeros porque ya no podíamos cargar más heridos de los que llevábamos, y no podían moverse" Pero eso se transformó en orgullo al escuchar que desde la caldera los compañeros cantaban la marcha de nuestro ERP"
Los conscriptos Torregino y Benítez, ocultos en el puesto de Verificación, cuentan que en aquel momento (y a cien metros de distancia) "los escuchamos cantar"

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